viernes, 26 de octubre de 2012

Confiar

Si tengo que elegir uno de los valores cristianos que más me cuesta practicar, que más tengo que recordarme, e incluso jalarme las orejas para ejercitarlo es este: CONFIAR. Y para aumentar la suma de daños que me auto infrinjo con esta falta, éste es uno de los valores que en la biblia se referencia como de los que Dios más anhela en la gente.


Una y otra vez en la biblia se lee como Dios motiva, enfatiza, repite, demanda, y subraya que debemos confiar en Él. En algunos de esos textos se hace más que evidente la vehemencia con la que lo pide de nosotros. Quizá porque sabe lo que nos cuesta hacerlo. Va contra nuestra naturaleza, o por lo menos contra la mía.

Cuando era niño, si pasaba algo malo en la trama de la película que estaba viendo, y la gente parecía desesperada por resolver el asunto, mi pensamiento inmediato era: “¡Qué raro! ¿Por qué no oran para pedirle ayuda a Dios, y listo?” (¡Tiempos aquellos!). Pero cuando uno empieza a desarrollar sus propias armas, a generar sus propios recursos, a instruirse y desarrollar su propia lógica, a tener su red de amigos influyentes, cae en la fácil tentación de resolver todo con sus propias manos, y sacamos a Dios de la ecuación.

En el día a día vamos resolviendo situaciones y produciendo resultados tan hábilmente, que de repente quedamos absortos en lo que podemos lograr “por nosotros mismos”. Es hasta que enfrentamos una situación límite, como una enfermedad, una pérdida, una crisis, donde nos golpeamos de frente contra la pared de nuestra impotencia, para darnos cuenta de que no tenemos control de nada, ni siquiera de nuestro siguiente latido.

Muchos de nosotros hemos pensado que la confianza en Dios es una actividad pasiva, del tipo: ¡No voy a hacer nada, que Dios hará! O ¡No voy a buscar, que Dios proveerá! Nada más separado de la realidad. La confianza es activa. Es esa postura interior, totalmente intencionada, de depositar mis esfuerzos, influencia y recursos bajo la dirección de Dios. Como el ejército que somete la fuerza de sus soldados, el masivo poder de su armamento, la inteligencia de sus capitanes, y la pericia lograda en los ejercicios militares, a las estrategias y decisiones del General. Como el músico que doma su ímpetu y su sutileza para desatarlos solo cuando el Director da la indicación.

Es cierto que en algunos casos confiar en Dios significará esperar una respuesta, o incluso no hacer nada (por ejemplo cuando queremos tomar venganza por algo que nos hicieron), pero aún allí, debemos tomar la acción de sostenernos y aplacar nuestra propia naturaleza, mientras avivamos la esperanza de que Dios responderá.

Cuando no confiamos en Dios estamos mostrando egoísmo y una desbalanceada autosuficiencia. Es como si dijéramos: “Tranquilo Dios, yo puedo solo. No necesito que te metas, yo sé cómo hacerlo. Además, si te metes a ayudarme, pues tendría que compartir los créditos contigo”. Y ni qué decir de nuestros niveles de estrés. Cuando confío solo en mis propios recursos me hago dueño de toda la presión, pues yo estoy a cargo. En cambio cuando confío en Dios, yo doy mi mejor esfuerzo, pero Él es quien está a cargo, con la presión que eso signifique.

Creo que si existiera un “medidor” espiritual, el grado de confianza en Dios sería un buen indicador. Quizá por eso el hombre cuyas enseñanzas continúan vigentes 2000 años después de su muerte, nos invitó a ser como niños, por su capacidad de confiar. Yo por mi parte creo que a Dios le gustaba más mi corazón cuando, frente a una crisis en una película simplemente pensaba: “¡Qué raro! ¿Por qué no oran para pedirle ayuda a Dios, y listo?”.
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