
La primera
vez que leí la frase (porque aunque voy por la página 152, me he devuelto
varias veces a releerla en la página 127) estuve de acuerdo en que aplica solo
a los sueños que soñamos dormidos, no a los que soñamos despiertos. Sin embargo, sin llegar al extremo de pensar
que nuestro destino ya está pre escrito en la libreta cósmica de Dios (y digo
libreta, porque no lo imagino con computadora), si me atrevo a pensar que en
nuestro ADN emocional-mental, ya Dios plantó una semilla del sueño particular para
la vida de cada ser humano.
Si esto es
cierto, y al menos tengo el derecho de creerlo cierto para mí, ya el asunto no
se trata de ir buscando por el mundo experiencias, oficios y mucha imaginación
para inventar qué quiero lograr en y con mi vida, sino más bien se trata de la
tarea titánica de auto descubrirnos, auto pesarnos (si, pesarnos), para lograr conectar
con esa semilla del sueño que Dios nos escribió en el corazón.
Los menos lo
tienen claro desde temprano en su vida, quizá por una epifanía, una
clarividencia providencial, o por heredar un talento especial para el ejercicio
de auto conocerse. Pero los más, entre
los que me cuento, pasamos muchos soles con sus lunas, para descubrirlo. Somos esos que más lentamente nos damos
cuenta de las cosas en las que realmente somos buenos, lo que con gusto nos
mantiene insomnes, lo que nos acelera el corazón con apenas nombrarlo.
Lamentablemente
muchos se retrasan construyendo los sueños de otros, de su familia, de los
formatos sociales, enterrando el suyo propio bajo una montaña de expectativas
ajenas. La buena noticia es que hoy es
un buen día para retomar, y aún sin guantes agarrar el pico y la pala para
explorarnos por dentro y descubrir nuestro propio sueño. No se retrase otro día pues el mundo está
urgido de sus sueños.