y con un solo soplo le dio dimensión y estructura.
Le puso un nombre único a cada estrella.
Compuso lunas brillantes y con su índice las acercó
hasta quedar atadas con hilos invisibles a sus planetas.
Entre dos dedos marcó el punto cero de los polos de la tierra,
y con un ademán apenas sugerido la puso por los siglos a rotar.
Fueron sus ojos los que imantaron el norte del mundo.
Tejió las indescifradas fibras de su esencia,
superpuestas en precisas distancias asimétricas,
para hacer estallar la vida
en infinidad de movimientos, formas, y colores.
Y aun así,
con toda su magnificencia,
decidió disminuirse a nuestra estatura,
sin privilegios someterse a nuestros límites,
y sin atajos nacer bajo la vulnerabilidad de un niño.
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