martes, 28 de junio de 2011

Negro o con leche?


Era un sábado por la mañana, con las mismas señas que cualquier otro sábado: se respira un aire mucho menos denso, la gente camina con ademanes más redondeados, se tolera un poco más el rojo del semáforo, y hay más ojos que se detienen en otros ojos. De hecho si la semana fuera un viaje en bicicleta, el sábado por la mañana sería un altiplano con sol y buena brisa.

Mis sábados son de hacer mandados desde temprano (aunque no debería de llamarlos “mandados” porque nadie me manda a hacerlos, yo los hago porque quiero :) ), y éste en particular no era excepción. Sustituí el Gel, cuya marca no recuerdo, por mi gorra azul de Hard Rock, y a la calle. Como era de esperar, 8 horas de sueño continuo me provocó una codicia digestiva solo tipificada por Dante, así que pasé primero a la misma cafetería de todos los sábados por la mañana.

Aunque el mesero me lo negó, era obvio que había un cambio de administración. La señora gordita que atiende no está (dicen que anda de visita en Nicaragua), y la mesa de la esquina ya no parece exclusiva para que la dueña del lugar lea La Nación. Como el nuevo mesero me indica que no hay jugo de naranja (otra sospecha del cambio de administración), me ofrece café, y con un gesto un poco despistado le digo que si, aunque no es mi costumbre tomarlo.

Mientras espero, me es difícil ignorar que ahora tienen “música ambiente”, aunque el calificativo de música definitivamente no cabe, así que trato de distraerme respondiendo algunos mensajes de texto. Como mi celular no tilda, me da una cierta risa interna al percatarme que los textos que estoy enviando tienen una caligrafía que le calza perfecto a la “música” de fondo.

Cuando me traen el café veo que viene negro. Le pido que me lo cambie por uno con leche, y el muchacho se acongoja y se disculpa por no haberme preguntado si negro o con leche, y yo, con un aire muy propio, me disculpo pues tampoco se lo mencioné.

Fue un evento tan simple y cotidiano como ponerse una media al revés, pero evidencia esa mala costumbre que tenemos algunos de asumir que es responsabilidad de los demás tener claras nuestras propias expectativas y saber lo que pensamos. De alguna manera creemos que hablar un mismo idioma es condición suficiente; o peor aún, asumimos que tener una misma meta, pertenecer a la misma familia, trabajar en el mismo departamento, o incluso ser pareja, ya habilita a la otra persona para adivinar nuestros pensamientos.

¿Y qué decir de los sentimientos? Somos poco entrenados en comunicarlos, y tras de eso tenemos la arrogancia de pensar que siempre es claro a los demás cómo nos sentimos o qué sentimos. Creemos que nuestros gestos o miradas son auto explicativos, y por eso nos hemos perdido de algunas conexiones emocionales significativas. Cuántos niños o parejas andan en sillas de ruedas emocionales porque alguien nunca dijo: “lo estás haciendo bien”, “estoy orgulloso de ti”, “te amo”, “eres importante para mí”.

Así que la próxima vez que hable con alguien importante en su vida, no olvide tomar tiempo para preguntarle y que le pregunten:
“¿Negro o con leche?”

www.peterparedes.blogspot.com

viernes, 10 de junio de 2011

Anecdótico


El día que me dijo que tenía que operarme, la doctora me advirtió que por la condiciones del caso, el pronóstico no era muy favorable, incluso me mencionó de algunos posibles tratamientos post-operatorios bastante radicales. Me dijo que era poco probable que me fuera a morir por eso, pero que se iban a generar cambios fuertes en mi vida y en algunas de mis expectativas.

Por supuesto que una semana después de la cirugía ya había ido donde la doctora para evaluar cómo iba cerrando la herida, y además ver el resultado de patología, que gracias a Dios fue benigno. Fue una cita rápida, donde me dijeron que todo salió bien, que no tenía de qué preocuparme, y ni siquiera seguir un tratamiento más que el cuidado propio de la herida.

Esta semana tuve una cita de seguimiento, tres meses después de la operación. Los nuevos exámenes mostraban que todo estaba en los niveles adecuados. Como no había mucho que revisar, la doctora se extendió en el análisis de los resultados de todo el proceso, y utilizó una frase que transcribo literalmente: “No sé si usted entiende la dimensión, pero su caso es anecdótico, es un caso de estudio”. Esto pues, según su experiencia y las estadísticas en la literatura médica, una aplastante mayoría de los casos similares (~97%) son negativos para el paciente.

Deben de haber miles de cirugías diarias en el mundo, pero para cada paciente se está interviniendo su propio mundo. Para mí fue una experiencia intensa. Pasé por ansiedad, tristeza, reclamo, fe, confianza, y reposo emocional. Choqué contra una realidad que no podía cambiar, realidad que al inicio percibí injusta, pero que tuve que asumir con el único recurso que me trasciende a mi mismo, la fe. Es un evento que te hace cuestionar tus valores y sobre qué material estás parado frente a la vida. Le pedí a Dios que no me soltada de la mano, y pude ver su brazo rodeándome en todo el proceso y haciendo un milagro.

No quiero implicar, equívocamente, que si los resultados hubiesen sido negativos era porque Dios no me estaba acompañando. Él siempre va a estar al lado de quien le pide ayuda. En este caso el quiso hacer un milagro, en otros momentos nos llevará por un camino más largo, pero su favor no se va a apartar de quienes le buscan.
Si ponemos nuestra fe y confianza en Dios, y tomamos su mano para que nos guíe por esos segmentos del camino que nos toca cruzar de noche, y aún en los trayectos de día, donde creemos controlar todas las variables, vamos a tener sin duda una vida anecdótica.

La vida es una aventura, y no me quiero perder ninguna de las historias por las que Dios me quiere llevar, porque todos mis milagros están guardados en Él.

www.peterparedes.blogspot.com

martes, 7 de junio de 2011

Globofobia


La semana pasada fui a una reunión donde a cada participante se le ponía un globo pequeño colgado de su muñeca, para usarlo en una dinámica posterior. Ya iniciada la reunión, y mientras seguía llegando gente, noté que una amiga se devolvió de prisa y asustada, rehusándose a entrar. Me acerqué para ver si pasaba algo donde podía ayudar, y su otra amiga me digo: “es que le dan miedo los globos”.

Nunca había escuchado algo así, de modo que busqué en internet, y en efecto, se llama “Globofobia”. Es una fobia real y documentada por los especialistas. Sin embargo al ser poco común podemos caer en la tentación de estigmatizar y hacer chiste de quien la tiene, como cruel ejercicio de nuestra naturaleza humana. La verdad es que si observamos un poquito más, nos damos cuenta que una enorme cantidad de nosotros andamos por allí con una fobia similar.

Veamos. La fobia a los globos, aunque puede tener causas múltiples y asociaciones complejas, se debe generalmente al temor de que el globo se estalle, con su estridencia característica, generando una ansiedad incontrolada. (¡Wow, eso me salió tipo definición médica!)

Es cierto, los globos estallan en casi todas las fiestas, sin embargo esa no es la naturaleza o el propósito de los globos. Para qué son? Pues para celebrar, para divertir, para decorar, para alegrar la vista con sus simpáticos colores y formas. Los encontramos en fiestas, bodas, graduaciones, bautizos, cumpleaños, y otro montón de celebraciones que nos evocan alegría, fiesta, logro.

Es aquí donde llegamos al punto de inflexión. He encontrado no pocas personas, incluyendo el chavalo del espejo, que a veces le andamos con miedo a los globos que nos da la vida: las oportunidades, un negocio, un nuevo trabajo, formar un hogar, tener un hijo, la ocasión de volverse a enamorar, iniciar otra carrera, comprar casa propia, desarrollar ese pasatiempo apasionante, etc. Parece que nos da miedo soñar, ilusionarnos, vernos reposicionados, vencer nuestros propios límites, quebrar las fronteras autoimpuestas. Nos atemoriza que el globo se reviente, que no podamos sostenerlo en el tiempo. Nos da pavor que un filo agudo de la realidad lo desaparezca, que no nos alcance el entusiasmo, las fuerzas, o los recursos materiales y emocionales para cuidarlo sin que explote.

Algunos otros, ridículamente más osados, nos atrevemos un poco y tomamos con duda el globo en nuestras manos, pero por el susto insidioso de que estalle no lo disfrutamos, no le tomamos el gusto, no le dibujamos una mueca que nos haga reír. Nos perdemos la magia de verlo suspendido en el aire al tirarlo hacia arriba, flotando en una cadencia única, desafiando las lógicas de Newton. Nos perdemos de fantasear que somos el payaso del circo que puede hacer mil piruetas en sincronía perfecta con la caída del globo. En fin, nos perdemos de vivir.

Me imagino lo triste que debe ser perderse una fiesta por temor a los globos, pero más triste aún perderse la vida por miedo a las oportunidades.

www.peterparedes.blogspot.com