El mundo está lleno de historias de nacimientos en lugares extraños. Una señora de Mozambique se subió a un árbol para protegerse de una inundación y luego de 4 días allí mismo dio a luz. Una empleada que ni sabía que estaba embarazada tuvo su bebé en un McDonald´s. Una pareja subía a la sala de partos y su bebé nació en el ascensor. Ninguno parece ser un buen lugar para nacer.

Dice el escritor Lucas, que María tuvo que acostar al niño Jesús en un pesebre, es decir, un cajón donde se le pone comida a los animales. De allí se infiere que posiblemente el alumbramiento fue en algo como un establo, porque además dice que “no había lugar para ellos en la posada”.
No quiero imaginar el olor en ese lugar, ni la cantidad de bacterias que viven allí con los animales. Posiblemente era un lugar desordenado, sucio, con muchos ruidos de los animales, quizá con rendijas en las paredes por donde entraba el viento y el polvo de las calles de Belén, contaminado, y sin paredes divisorias para otras familias que tampoco encontraron lugar en la posada. En definitiva sin las condiciones mínimas de salubridad, el peor lugar para nacer.
Imaginar ese lugar le pone un espejo a mi corazón, y me gusta pensar en esa como la razón por la que Dios escogió nacer en un lugar tan contaminado. Escoger el peor lugar hace dos mil años me demuestra que hoy tampoco tendría problema para nacer en un corazón como el mío. Es como si me repitiera cada vez que leo la historia de navidad: “ya sé que tu corazón está lleno de egoísmo, pensamientos deshonestos, codicia, prioridades incorrectas, mentira, falta de perdón, envidia, relaciones rotas, intolerancia, y tantas otras cosas más fuera de orden; pero no importa, recuerda que alguna vez escogí el peor lugar de Belén para nacer. Dame espacio en tu corazón, yo me encargo de traer vida y juntos ordenamos la casa”.