
Cada quien puede ensayar su propia definición de “esperanza”. La mía sería algo así como: “Disposición entusiasta de carácter que confía en una resolución positiva de un evento futuro”. Me gustó incluir la palabra “entusiasta”, pues implica una cierta dinámica intencionada, contraria a la pasividad generalmente asociada con el hecho de que alguien tenga esperanza. El entusiasmo me habla de una emoción desbordada, que se refleja en el rostro, las palabras, y ademanes de quien la tiene; con el enorme potencial de contagiar a otros. Y es que así debe ser la esperanza, debe dar un color diferente a la sonrisa, y hasta poner un poco de picardía que haga resaltar un haz de confianza y seguridad en la mirada.
Puede tener temor quien tiene esperanza? Yo creo que si. Se me ocurre un temor con dos aristas. Una en el sentido de la inmediatez (¿Qué hay para mi entre el “ya” y la materialización del evento futuro que es el objeto de mi esperanza?). La otra arista la veo en la posibilidad de enfrentar la frustración (e incluso vergüenza) de que no se materialice mi esperanza. Sin embargo quien tiene esperanza no permite que el temor le haga sombra, no se deja dominar por éste, ni le dedica tiempo de conversación interna; más bien lo sacrifica en el altar de un pensamiento activo que genere planes y acciones concretas. La esperanza debería ser una compañera inseparable del ser humano. La cómplice perfecta de noches de ocho horas de sueño continuo, la medicina única contra la ansiedad.
Será que tener esperanza es sinónimo de “no tener los pies sobre la tierra”. No lo es, aunque su ancla puede estar en un terreno que no siempre es natural a todas las personas. Unos tendrán esperanza basados en estadísticas, otros basados en vivencias similares pasadas, otros afianzados en su fe personal, y hasta habrá algunos que se basen en una ceguera antojadiza.
Yo en particular no me he caracterizado por ser uno de esos tipos llenos de esperanza, más bien, viajé por mucho tiempo, en un asiento cómodo, en el tren del pesimismo (aunque debí decir Bus, pues hace más paradas y recorre menos distancia). Las causas? Las he visto y son remotas, pero no aporta al caso mencionarlas. Lo que si es que Dios se ha encargado de que la vida se me mueva de maneras y tensiones tan insospechadas, que ha quedado al descubierto un buen puño de semillas de esperanza (quizá el mismo puño de semillas que a cada uno se nos da cuando venimos a esta tierra). Poco a poco he aprendido a sembrarlas, no niego que con mucho escepticismo al principio, pero luego de ver sus resultados he podido emocionarme hasta la médula y ver su propia luz, no entrando, sino saliendo por mis ojos.
No siempre es fácil. Algunas veces hay que cavar más profundo, quitar alguna capa de conformismo, otra de miedo, y otra de cruda realidad, para llegar a buena tierra. Pero una vez que aprendes en carne propia que Dios no nos deja solos (Josué 1:9), que Él tiene cuidado de los que confían en Él (Salmo 32:8), que está esperando una mirada nuestra para extender su bondad sobre nosotros (Isaías 30:18-19), el corazón proyecta con la fe a la razón, y se abre el horizonte de la esperanza.