
Necesitaba encontrar algunos lugares cerca del trabajo y saber cuál era la mejor manera de llegar a ellos, de modo que me pareció buena idea entrar a Google Earth y tratar de buscarlos de manera virtual (ya saben: menos gasto de gasolina a cambio de aumentar el riesgo de enfermedad del túnel carpal, con unos clicks adicionales). Poco a poco me fui desplazando libremente en la pantalla de la laptop por las calles de Ciudad Cariari y Los Arcos, sin presas ni pitos desordenados, sin altos ni cedas, sin reductores de velocidad ni peatones. Es una zona de alta plusvalía, lugares residenciales por demás refinados, con casas que se venden fácilmente en precios superiores a los $250,000 dólares, por su lujo, acabados de primera, la cercanía al club y lugares comerciales, y seguridad 24/7. Allí las calles no tienen huecos o mágicamente se arreglan en la misma semana en que nacen. Con electrificación subterránea o muy discreta, y por supuesto con el placer de codearse con la muy distinguida clase social de los vecinos de al lado.
Entre los aceleronazos y frenazos de mis clicks fui a dar al río que pone límite a la parte trasera de estos residenciales. Es el río Virilla, que por cierto es el mismo que cruza el penosamente famoso “puente de la platina” (uno de nuestros espejos nacionales). Todos los que hemos pasado por allí recordamos que en esa área el río está en un cañón profundo que le provoca vértigo hasta al más osado astronauta.
Sin mojarme ni una uña crucé el río, y como Google Earth no advierte de contrastes, de repente me hallé solitario entre los masivos caseríos pobres y malolientes de Ciudadela La Carpio. Un lugar tan infortunado que alguien se vio forzado a degradar la palabra Ciudad y deformarla en Ciudadela, quizá porque está a millones de dólares de distancia de lugares como Ciudad Cariari. Es impresionante ver la densidad de “techos maltrechos” (debería existir la palabra compuesta “maltechos”), pero aún más impresionante pensar que es solo el cañón de un río lo que separa a La Carpio de Ciudad Cariari y Los Arcos. Como el río Bravo entre el sueño americano (bastante devaluado últimamente) y la narco-violencia mexicana.
¡Se imaginan la pérdida inmediata de valor que sufriría Cariari y Los Arcos si a alguien se le ocurre hacer un puente que los conecte con La Carpio! Sin siquiera dar la primera palada del proyecto y ya los precios de esas casas quedarían sumergidos en el subsuelo. El fácil paso de personas de baja estirpe, sin educación ni lustroso oficio sería condición suficiente para una debacle en el prestigio de estos residenciales.
De ninguna manera quiero que este pensamiento se convierta en un comentario clasista. Simplemente me impactó el hecho de ver cómo un puente podría cambiar radicalmente las cosas y lo que se me vino a la cabeza fue que a Dios no le importó tender un puente entre el cielo y la tierra. Se tomó la molestia de abrir un camino de doble vía. Primero decidió hacerse uno más de nosotros (Jesús), vestirse con nuestra misma piel, hacerse vulnerable a nuestras mismas emociones y necesidades; y luego se subió a una cruz para pagar en sí mismo, con extrema tortura y muerte, la deuda de nuestro egoísmo y bancarrota moral y espiritual. No le importó devaluarse para que nosotros ganáramos valor. Cambió sustancialmente su posición para que tuviéramos acceso al cielo desde la tierra.
Parece más un comentario para semana santa, pero no, cualquier semana de mi vida estaría vacía si Él no hubiera hecho el puente para cambiar mi condición. Por supuesto que sigo viviendo en este caserío llamado humanidad, con las mismas calles polvorientas de mis malas intenciones, mis botaderos de basura emocional, y goteras en el techo de mi personalidad, pero con acceso directo a los recursos del cielo para reinventarme, para cambiar el odio en perdón, el vicio en auto control, el fracaso en aprendizaje, la amargura en felicidad, la frustración en oportunidad, la excusa en responsabilidad, y la culpa en la bondad de Su Gracia; mientras me llega el día de pasarme de residencial.
www.peterparedes.blogspot.com
Entre los aceleronazos y frenazos de mis clicks fui a dar al río que pone límite a la parte trasera de estos residenciales. Es el río Virilla, que por cierto es el mismo que cruza el penosamente famoso “puente de la platina” (uno de nuestros espejos nacionales). Todos los que hemos pasado por allí recordamos que en esa área el río está en un cañón profundo que le provoca vértigo hasta al más osado astronauta.
Sin mojarme ni una uña crucé el río, y como Google Earth no advierte de contrastes, de repente me hallé solitario entre los masivos caseríos pobres y malolientes de Ciudadela La Carpio. Un lugar tan infortunado que alguien se vio forzado a degradar la palabra Ciudad y deformarla en Ciudadela, quizá porque está a millones de dólares de distancia de lugares como Ciudad Cariari. Es impresionante ver la densidad de “techos maltrechos” (debería existir la palabra compuesta “maltechos”), pero aún más impresionante pensar que es solo el cañón de un río lo que separa a La Carpio de Ciudad Cariari y Los Arcos. Como el río Bravo entre el sueño americano (bastante devaluado últimamente) y la narco-violencia mexicana.
¡Se imaginan la pérdida inmediata de valor que sufriría Cariari y Los Arcos si a alguien se le ocurre hacer un puente que los conecte con La Carpio! Sin siquiera dar la primera palada del proyecto y ya los precios de esas casas quedarían sumergidos en el subsuelo. El fácil paso de personas de baja estirpe, sin educación ni lustroso oficio sería condición suficiente para una debacle en el prestigio de estos residenciales.
De ninguna manera quiero que este pensamiento se convierta en un comentario clasista. Simplemente me impactó el hecho de ver cómo un puente podría cambiar radicalmente las cosas y lo que se me vino a la cabeza fue que a Dios no le importó tender un puente entre el cielo y la tierra. Se tomó la molestia de abrir un camino de doble vía. Primero decidió hacerse uno más de nosotros (Jesús), vestirse con nuestra misma piel, hacerse vulnerable a nuestras mismas emociones y necesidades; y luego se subió a una cruz para pagar en sí mismo, con extrema tortura y muerte, la deuda de nuestro egoísmo y bancarrota moral y espiritual. No le importó devaluarse para que nosotros ganáramos valor. Cambió sustancialmente su posición para que tuviéramos acceso al cielo desde la tierra.
Parece más un comentario para semana santa, pero no, cualquier semana de mi vida estaría vacía si Él no hubiera hecho el puente para cambiar mi condición. Por supuesto que sigo viviendo en este caserío llamado humanidad, con las mismas calles polvorientas de mis malas intenciones, mis botaderos de basura emocional, y goteras en el techo de mi personalidad, pero con acceso directo a los recursos del cielo para reinventarme, para cambiar el odio en perdón, el vicio en auto control, el fracaso en aprendizaje, la amargura en felicidad, la frustración en oportunidad, la excusa en responsabilidad, y la culpa en la bondad de Su Gracia; mientras me llega el día de pasarme de residencial.
www.peterparedes.blogspot.com