sábado, 30 de julio de 2011

El puente



Necesitaba encontrar algunos lugares cerca del trabajo y saber cuál era la mejor manera de llegar a ellos, de modo que me pareció buena idea entrar a Google Earth y tratar de buscarlos de manera virtual (ya saben: menos gasto de gasolina a cambio de aumentar el riesgo de enfermedad del túnel carpal, con unos clicks adicionales). Poco a poco me fui desplazando libremente en la pantalla de la laptop por las calles de Ciudad Cariari y Los Arcos, sin presas ni pitos desordenados, sin altos ni cedas, sin reductores de velocidad ni peatones. Es una zona de alta plusvalía, lugares residenciales por demás refinados, con casas que se venden fácilmente en precios superiores a los $250,000 dólares, por su lujo, acabados de primera, la cercanía al club y lugares comerciales, y seguridad 24/7. Allí las calles no tienen huecos o mágicamente se arreglan en la misma semana en que nacen. Con electrificación subterránea o muy discreta, y por supuesto con el placer de codearse con la muy distinguida clase social de los vecinos de al lado.

Entre los aceleronazos y frenazos de mis clicks fui a dar al río que pone límite a la parte trasera de estos residenciales. Es el río Virilla, que por cierto es el mismo que cruza el penosamente famoso “puente de la platina” (uno de nuestros espejos nacionales). Todos los que hemos pasado por allí recordamos que en esa área el río está en un cañón profundo que le provoca vértigo hasta al más osado astronauta.

Sin mojarme ni una uña crucé el río, y como Google Earth no advierte de contrastes, de repente me hallé solitario entre los masivos caseríos pobres y malolientes de Ciudadela La Carpio. Un lugar tan infortunado que alguien se vio forzado a degradar la palabra Ciudad y deformarla en Ciudadela, quizá porque está a millones de dólares de distancia de lugares como Ciudad Cariari. Es impresionante ver la densidad de “techos maltrechos” (debería existir la palabra compuesta “maltechos”), pero aún más impresionante pensar que es solo el cañón de un río lo que separa a La Carpio de Ciudad Cariari y Los Arcos. Como el río Bravo entre el sueño americano (bastante devaluado últimamente) y la narco-violencia mexicana.

¡Se imaginan la pérdida inmediata de valor que sufriría Cariari y Los Arcos si a alguien se le ocurre hacer un puente que los conecte con La Carpio! Sin siquiera dar la primera palada del proyecto y ya los precios de esas casas quedarían sumergidos en el subsuelo. El fácil paso de personas de baja estirpe, sin educación ni lustroso oficio sería condición suficiente para una debacle en el prestigio de estos residenciales.

De ninguna manera quiero que este pensamiento se convierta en un comentario clasista. Simplemente me impactó el hecho de ver cómo un puente podría cambiar radicalmente las cosas y lo que se me vino a la cabeza fue que a Dios no le importó tender un puente entre el cielo y la tierra. Se tomó la molestia de abrir un camino de doble vía. Primero decidió hacerse uno más de nosotros (Jesús), vestirse con nuestra misma piel, hacerse vulnerable a nuestras mismas emociones y necesidades; y luego se subió a una cruz para pagar en sí mismo, con extrema tortura y muerte, la deuda de nuestro egoísmo y bancarrota moral y espiritual. No le importó devaluarse para que nosotros ganáramos valor. Cambió sustancialmente su posición para que tuviéramos acceso al cielo desde la tierra.

Parece más un comentario para semana santa, pero no, cualquier semana de mi vida estaría vacía si Él no hubiera hecho el puente para cambiar mi condición. Por supuesto que sigo viviendo en este caserío llamado humanidad, con las mismas calles polvorientas de mis malas intenciones, mis botaderos de basura emocional, y goteras en el techo de mi personalidad, pero con acceso directo a los recursos del cielo para reinventarme, para cambiar el odio en perdón, el vicio en auto control, el fracaso en aprendizaje, la amargura en felicidad, la frustración en oportunidad, la excusa en responsabilidad, y la culpa en la bondad de Su Gracia; mientras me llega el día de pasarme de residencial.

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viernes, 15 de julio de 2011

Gente Reversible


No sé si aún existen, bueno, ¡qué digo! Por supuesto que deben de existir por allí, solo que ya no son moda. Quizá se pueden observar en algunos de esos videos ochenteros. Yo la recuerdo como uno de los mejores regalos que me dieran mis papás (y mamás - para que nadie se sienta excluido) en la navidad en que rondaba los 12 o 13 años: ¡una fabulosa jacket reversible!
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Hace mucho no las veo, tal vez no sean parte del closet de las nuevas generaciones, así que para quienes nunca las han visto, eran jackets que podías usar al revés o al derecho. Más bien debí decir que estaban diseñadas de manera que no había revés ni derecho, simplemente la usabas del lado que querías. Lo bonito era que un lado tenía colores diferentes a los del otro lado, de modo que tenías dos jackets en una, agregando funcionalidad y estilo a mi aspiración adolescente.
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Toda la demás ropa que he tenido es de la normal, de la que tiene derecho y revés. Con esa hay que tener más cuidado, porque nadie quiere salir a la calle con la marca por fuera. Igual muchas veces me ha pasado, quizá no al extremo de salir a la calle de esa forma, pero si cuando a mitad de la noche me despierta el recuerdo del último vaso de agua que tomé, y busco en la oscuridad, sobre el desorden de cobijas, la camiseta desaparecida; y sin prender la luz (para no despertar a los zancudos) me la pongo con los ojos aún cerrados, y llego al baño para descubrirme en el espejo en un risible estado sonambulesco, luciendo mi mejor gala de costuras por fuera.
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Y es que el revés de la ropa no nos hace lucir bien, nos muestra fuera de lugar, descuidados, despistados, incómodos y feos. Es el lado que debemos esconder pues esa parte de la tela no es tan bonita, además de que tiene un montón de etiquetas. Por ejemplo: una con la marca, otra con la composición de las fibras de la tela (50% Algodón, 50% Rayón), otra con las instrucciones de lavado (que si en agua caliente, que sin cloro, que mejor a mano, etc.), otra con las recomendaciones para el secado, otra con las instrucciones de planchado, otra con el sello de inspección de calidad, y no puede faltar aquella que dice "Made in ...". El revés también trae en algún lugar un repuesto de los botones; sin mencionar las costuras expuestas y los largos hilos que en muchos casos salen de ellas.
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Ésta comparación me desafía porque creo que soy como una de esas prendas comunes, con derecho y revés. Trato de presentar mi mejor cara, aunque lo que hay por dentro no es tan bonito. No me refiero al simple hecho de mostrar una cara alegre cuando en verdad uno anda desanimado; más bien a aspectos más trascendentales. Ejemplos tengo muchos, podría hablar de cuando le sonreímos amablemente a alguien, pero apenas se va le serruchamos el piso frente a los demás. O quizá cuando de palabra apoyamos una decisión familiar o de equipo de trabajo, pero por dentro resolvemos hacer un boicot pasivo. O cuando le decimos a alguien "claro, yo te llamo" con la plena convicción de que nunca vamos a llamarlo.
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Si ahondamos más en la comparación con el revés y el derecho de una prenda de vestir, pareciera que algunos somos expertos en hacer cosas correctas por fuera, pero con intenciones incorrectas por dentro. Disfrazamos la verdadera razón con una sonrisa, o con palabras bonitas, pero al otro lado se pueden ver las costuras e hilos sueltos de lo que realmente hay en el corazón. ¿Ejemplos? Por supuesto: Bajamos la ventana para dar dinero al indigente del semáforo pues qué va a pensar mi quienes van conmigo en el carro si no lo hago. Nos vamos a la misa o la reunión evangélica del domingo con el único motivo de cumplir con un estatuto religioso. Manejamos a la velocidad adecuada cuando sabemos que hay tráficos o cámaras. Nos ofrecemos a ayudar a una causa para que luego nos tomen en cuenta para lo que realmente queremos. Le decimos a alguien "Te amo" solo para usufructuar de la relación. Hasta vi algunos que llevan a la mamá o a la tía de paseo con la única intención de tener a alguien que se encargue de cuidar a los niños.
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Yo prefiero la gente reversible, conozco unos dos o tres en ese nivel, y cuando me comparo con ellos veo la enorme distancia que me falta por caminar, pero quiero llegar allí: Que lo que diga y muestre por fuera sea lo que hay por dentro, sin esconder nada, sin intenciones subterráneas o propósitos equivocados, sin doble moral, con integridad. Cuanta distancia me falta por caminar, pero como dijo Johnnie (el primo lejano del líder filibustero): lo importante es seguir caminando.

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domingo, 3 de julio de 2011


La noche transcurría sin altibajos, lo cual me hace presagiar que era un domingo; me senté como todos los meses a revisar los cobros de mi tarjeta de crédito antes de pagar el monto completo, para evitarme depredantes cargos por intereses. Todo iba bien hasta que, como mencionan los que han tenido experiencias cercanas a la muerte, vi pasar mi vida entera en fracciones de segundo al notar un cobro inusualmente alto en el reporte. ¡Por supuesto que solo es una expresión dramática! pero no era posible que la cuenta por la cena de hace un mes, en un humilde restaurante de comida típica de San Rafael de Coronado, ascendiera a ¢63,800 si tan solo pedí una sopa de pollo (que por cierto estaba deliciosa) con su respectiva orden de arroz y un fresco de cas.

Recordé que, como es usual últimamente, había pedido un segundo plato, pero era obvio que aún así no daban los números. Fui a buscar el voucher o comprobante en el cajón de los papeles, y para mi triste sorpresa en efecto lo había firmado por ese monto. Al día siguiente llamé al emisor de la tarjeta para explicar la situación. Después de contar la historia varias veces a personas distintas, me dijeron que no había ningún procedimiento administrativo que pudiera seguir; la firma da por aceptado el monto de cobro. La única opción era hablar con el restaurante para ver si, a pura buena voluntad quisieran devolverme la diferencia.

Varios días después, con ánimo desganado y una pesadez de escepticismo, me fui a hablar con el encargado del restaurante. Era el mismo señor que un mes antes, además de ser mesero, administraba la caja. Por los cómodos precios del lugar, muy posiblemente una venta única con ese monto era algo que sucedía poco. De hecho, no tuve que explicarle dos veces. Al ver el comprobante de cobro le fue evidente que digitó un cero más en la maquinita.

De inmediato el señor se deshizo en disculpas y gestos de pena y vergüenza. Tenía la opción de llenarse de excusas, de escudarse en que yo también me equivoqué por firmar el voucher, o incluso argumentar artificios contables para mostrarme que el dinero ya no se podía devolver. Podía haber tratado de negociar conmigo para dividir las responsabilidades y así devolverme solo una parte del dinero. Pero no, su propio sentido de justicia no se lo permitió. De forma evidentemente natural, sin pelear consigo mismo, decidió hacer lo correcto. Me dio la mano en señal de disculpa y me pidió que le diera 15 días para completar una buchaquita.

El jueves pasado me llamó al celular para que no me olvidara de pasar este fin de semana. La noche que llegué era fin de mes, y aún así había poco trabajo, solo una mesa ocupada de las 10 que tiene. No me aceptó que pagara la cena de esa noche, se sentó conmigo a contarme varias historias de su vida, y me dio el dinero completo.

Aunque la realidad de las noticias y los periódicos nos incrustan una daga de negativismo por los ojos, todavía hay muchas historias de gente que no ve a los demás como un medio, historias de gente buena, con un correcto sentido de justicia.

De mi parte cada vez que pueda me iré a comer una sopita de pollo, o un picadillo de papa, o unos gallitos de salchichón allá a “La Choza de Ñor Lalo” en San Rafael de Coronado. Y si ustedes van, no pregunten por don Lalo, pregunten por don Pedro Montoya, quien es el dueño desde hace 12 años.
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