domingo, 3 de julio de 2011


La noche transcurría sin altibajos, lo cual me hace presagiar que era un domingo; me senté como todos los meses a revisar los cobros de mi tarjeta de crédito antes de pagar el monto completo, para evitarme depredantes cargos por intereses. Todo iba bien hasta que, como mencionan los que han tenido experiencias cercanas a la muerte, vi pasar mi vida entera en fracciones de segundo al notar un cobro inusualmente alto en el reporte. ¡Por supuesto que solo es una expresión dramática! pero no era posible que la cuenta por la cena de hace un mes, en un humilde restaurante de comida típica de San Rafael de Coronado, ascendiera a ¢63,800 si tan solo pedí una sopa de pollo (que por cierto estaba deliciosa) con su respectiva orden de arroz y un fresco de cas.

Recordé que, como es usual últimamente, había pedido un segundo plato, pero era obvio que aún así no daban los números. Fui a buscar el voucher o comprobante en el cajón de los papeles, y para mi triste sorpresa en efecto lo había firmado por ese monto. Al día siguiente llamé al emisor de la tarjeta para explicar la situación. Después de contar la historia varias veces a personas distintas, me dijeron que no había ningún procedimiento administrativo que pudiera seguir; la firma da por aceptado el monto de cobro. La única opción era hablar con el restaurante para ver si, a pura buena voluntad quisieran devolverme la diferencia.

Varios días después, con ánimo desganado y una pesadez de escepticismo, me fui a hablar con el encargado del restaurante. Era el mismo señor que un mes antes, además de ser mesero, administraba la caja. Por los cómodos precios del lugar, muy posiblemente una venta única con ese monto era algo que sucedía poco. De hecho, no tuve que explicarle dos veces. Al ver el comprobante de cobro le fue evidente que digitó un cero más en la maquinita.

De inmediato el señor se deshizo en disculpas y gestos de pena y vergüenza. Tenía la opción de llenarse de excusas, de escudarse en que yo también me equivoqué por firmar el voucher, o incluso argumentar artificios contables para mostrarme que el dinero ya no se podía devolver. Podía haber tratado de negociar conmigo para dividir las responsabilidades y así devolverme solo una parte del dinero. Pero no, su propio sentido de justicia no se lo permitió. De forma evidentemente natural, sin pelear consigo mismo, decidió hacer lo correcto. Me dio la mano en señal de disculpa y me pidió que le diera 15 días para completar una buchaquita.

El jueves pasado me llamó al celular para que no me olvidara de pasar este fin de semana. La noche que llegué era fin de mes, y aún así había poco trabajo, solo una mesa ocupada de las 10 que tiene. No me aceptó que pagara la cena de esa noche, se sentó conmigo a contarme varias historias de su vida, y me dio el dinero completo.

Aunque la realidad de las noticias y los periódicos nos incrustan una daga de negativismo por los ojos, todavía hay muchas historias de gente que no ve a los demás como un medio, historias de gente buena, con un correcto sentido de justicia.

De mi parte cada vez que pueda me iré a comer una sopita de pollo, o un picadillo de papa, o unos gallitos de salchichón allá a “La Choza de Ñor Lalo” en San Rafael de Coronado. Y si ustedes van, no pregunten por don Lalo, pregunten por don Pedro Montoya, quien es el dueño desde hace 12 años.
www.peterparedes.blogspot.com

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